Por Roberts, para Unglobal.
Una de esas ideas que rondan mi cabecita se está autoconvenciendo de su razón de ser más y más.
En muchas ocasiones los activistas de ONGs, así como la gente indignada de a pie, protestamos, pataleamos, y nos quejamos de esas cosas que creemos que son injustas. Criticamos el egoismo, la corrupción y lo injusto que aquellos que gobiernan el mundo se hagan sus propias normas de comercio internacional a medida, de que tomen decisiones que sólo beneficien a ellos, perjudicando a los más pobres, y de que cuando se requiere su solidaridad para financiar ayuda humanitaria, programas de desarrollo, y soporte para solucionar los problemas que haya en el Sur, estos líderes mundiales, países poderosos, compañías transnacionales, no responden.
Muchos criticamos esto considerando que lo hacen a conciencia, por egoísmo, y búsqueda de sus propios intereses. Pero aún así, esto les deja en una posición bastante aceptable: saben como hacerlo, pero no quieren hacerlo.
Pero, ¿y si resulta que además de no querer, resulta que no saben? Reconocer que no saben como cambiar las cosas les dejaría en una situación de vulnerabilidad que no sabrían manejar. Grandes campañas de Naciones Unidas fallan una y otra vez. Los organismos bilaterales, muy politizados, no se centran en el problema, sino en las necesidades del donante. Y el Banco Mundial sigue diciendo que tiene la solución a la pobreza extrema.
Criticar el funcionamiento de estas cosas creo que es justo. Pero hacerlo diciendo que lo hacen a conciencia, por puro egoísmo y búsqueda de la satisfacción de sus intereses, tiene sólo una coherencia parcial. Es infantil, le falta algo más. Falta incluir que no saben hacerlo mejor, y que no se atreven a reconocerlo. Y esto a lo mejor les duele un poquito más.
Creo que ya hay muchos ejemplos prácticos por ahí para dejar de “endiosar” a las grandes instituciones supranacionales. No lo saben todo. Aunque bueno, si lo supieran, tampoco lo pondrían todo en práctica.
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