Capitán
Por Bastian.
Las últimas semanas de Junio y la primera de Julio, hemos estado navegando entre los arrecifes a los que nos hemos estado dirigiendo durante todo este año. Sabíamos que llegaría, y estábamos preparados, pero al mismo tiempo bombardean tu nave, llegas a perder la esperanza, te sientes un loco que ha actuado sin sentido y que no sabe de donde viene ni a donde va.
Recuerdo el momento. Tras las balas, los gritos y llantos. Algunos de mis hombres yacían tumbados en cubierta en charcos de sangre y agua de mar, otros intentaban ayudar desesperadamente a quienes ya no tenían ni aliento para pedir socorro y algunos, como yo, quedábamos tan insensibles como impasibles, sin entender, sin comprender, sin querer razonar que todo se estaba perdiendo. Will me agarraba fuertemente el costado de la camisa con una mano mientras con la otra me señalaba a Roberts, que no se movía.
El palo mayor se vino abajo, el timón no respondía a las órdenes, y todo parecía perdido. Y fue la emoción de no sentirme olvidado lo que me devolvió a mi sitio. Recordé que era el capitán. Había dejado que Roberts dirigiera el barco durante un par de meses dadas las circunstancias y él lo había dado todo para mantener el rumbo, y afrontar la coherencia de quien debe sujetar una brújula con las manos desnudas. Ahora había llegado el momento de cambiar el mando, y volver a retomarlo. Mis hombres me seguirían a donde yo dijera, y me sentía capaz de levantar los ánimos de un barco que se hundía. No importa que un barco se hunda. De hecho, lo de menos es el barco. Importan sus tripulantes, las vidas de aquellos que la entregan a diario por una causa común.
Yo no fui capaz de darme cuenta de todo eso por mi solo. Pero cuando entre la humareda de humo, llantos y astillas vi aparecer a los míos, todo recobró el sentido por si mismo. No sé por qué. Creo firmemente en que existe un destino y que todo ocurre porque tiene que ocurrir. Lo cierto y fijo es que en ese momento varios cabos volaron por encima de nuestras cabezas desde estribor, cayendo en cubierta. Habían llegado. Habían venido de tierras lejanas cruzando mares, en tan sólo minutos, para salvarnos. Mis hombres corrieron entre resbalones en una cubierta ya inclinada por el incipiente hundimiento para coger los extremos de esas cuerdas y aferrarlos con el coraje de auténticos piratas. Tras eso, las voces de mis amigos resonaron con fuerza entre la niebla -"¡Rápido, saltad a nuestras naves!, ¡Se va a hundir!".
Los que podían caminar ayudaron a los demás a llegar a las cubiertas de los barcos ahora vecinos. Tienen nombres y apellidos, y supieron estar al lado de mi barco cuando se hundía.
Tras eso, recalamos en una playa cercana durante unos días. Nos reagrupamos, y vimos como la mayoría de los restos del barco eran arrastrados por la marea hasta nuestra orilla. Fueron días de silencio, de miradas vacías y silencios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario