- Bastian - Will - Roberts -

22 de enero de 2006

¿Cómo estás?

Por Bastian.

- ¿Cómo estás? –me pregunta Roberts.

Es curioso como hay veces que odias escuchar estas dos palabras, y otras ocasiones en las que necesitas escucharlas.

- Bien, bien. Todo va bien.

- He estado viéndote como te quedas pensando y no logras escribir nada. Llevabas ya un buen rato así y, bueno, decidí entrar a preguntarte.

- No, es sólo que… no sé… ¿No te pasa a veces que tienes mil sensaciones que no eres capaz de describir, de ordenar, de plasmar en un papel? Hay cosas que no quieres escribir, pero otras que sí, y no sabes como hacerlo.

Roberts me sonríe, se sonríe a si mismo, y me dice - ¿Es que acaso te crees el dueño de tus sensaciones? ¿No te das cuenta? Ellas eligen si quieren ser escritas, si se dejan hacer o no, y a veces pueden decidir ayudarte, pero no esperes que lo hagan siempre. A veces nos creemos que las sensaciones son como ideas, pensamientos, recuerdos, pero no lo son. Están en otro escalón, un poco más arriba, y a veces cierran la puerta para que nadie las toque ni las mire, aunque sigan estando ahí. Tienen ese privilegio, que tenemos que respetar. Pero insisto… ¿Cómo estás?, antes no me has respondido-

- Bueno, ha sido una semana extraña. El fin de semana fue duro, ya que bueno, después de estas Navidades, la semana pasó muy rápido, y desde el viernes ya no vi a nadie. Me cuesta estar sólo en esos momentos, a la vez que, en cierto modo, me gusta. Pero en aquel momento, el mundo estaba a punto de devorarme. Me sentía como aquella pieza que no pertenece al puzzle, y no encaja en ningún lado.

- Pasaste todo el día en la popa, junto al timonel, pero sin decirle una palabra, y con la mirada perdida en las olas que íbamos dejando atrás. Todos nos dimos cuenta.

- Luego, recibí una llamada de teléfono para ir al cine. Que me dio la vida. Salir de casa, compartir un par de cervezas con un amigo, y dejar que durante un par de horas, la película lo sea todo, sin pensar en nada más. Luego un par de risas, y a casa. No es gran cosa, pero es suficiente.

- Sin embargo, recuerdo que los primeros días de la semana no estabas muy bien – me interrumpe Roberts.

- Es mi gran problema aquí. El idioma. Es horrible la sensación de saber suficiente inglés para enterarte en clase, para leer los mil artículos que nos piden, e incluso para hablar de los compañeros de tonterías, pero no para cruzar esa línea, esa que separa los “compañeros” de los “amigos”. Y sentir todo esto, y sumado al estrés del comienzo de semana y el volumen de trabajo, me volvió a devorar.

- Pero el martes quedaste con la gente para cenar.

- Sí, y casi no pude abrir la boca, ni participar en las conversaciones… Tienes que ver a diez de estas fieras hablando entre ellos. De nuevo una pieza de otro puzzle se había colado en este.

- Bastian, no te debes agobiar con esto. Es normal que en determinados momentos te cueste, y que a veces tengas la sensación de no poder encajar, pero piensa que no sólo es el idioma, sino también una forma de ser diferente, un estilo de vida. No se trata de encajar o no encajar, sino de elegir hacerlo, y todo irá viniendo de forma natural, por su propio peso.

- Estoy harto de que la gente me diga que no me debo preocupar por esto o por aquello. Entiéndeme, ¿acaso alguna vez en la historia de la humanidad alguien ha dejado de preocuparse por algo porque otra persona se lo dijera? ¿Es que me ves con cara de ser el primero? Lo que necesito son bofetadas de realidad, como las del jueves, que aunque no comenzó demasiado bien, luego se fue acompañando de pequeñas charlillas con mucha gente que me dijeron mucho. Desde unas risas en una enorme biblioteca donde no encontrábamos a Galeano ni a Cardoso, hasta preguntas indiscretas corriendo hacia el autobús, conversación desenfadada antes de entrar al debate sobre la campaña “Make Poverty History”, y una cena en un tailandés, donde por primera vez no me sentí fuera del grupo.

- El viernes tenías otra cara totalmente diferente.

- Existen distintos grados de relación con la gente. Supongo que el primero, el más básico, y del que más cuesta salir, es del “caerse bien”, y más en una ciudad como Londres, tan independiente. Pero después comienza la “complicidad”, y de ahí a la “confianza”, hay tan sólo un paso, si lo sabes dar.

- Se que a lo mejor te parece estúpido una vez más, pero creo que a veces te agobias demasiado. Y más con este tema.

- Sí, es verdad. Pero no puedo evitarlo. Se han roto lazos allá atrás con gente que me importaba mucho, viejos lobos de mar, compañeros de mil aventuras, y se han roto de una manera que aún no entiendo, con el silencio por respuesta, como si de repente nada de lo que me importa tuviera sentido para ellos, como si no nos Conociéramos. Hay otra gente, médicos como tú, con la que no volveré a compartir muchas cosas, por haberme “descolgado” del grupo, y que para cuando vuelva, podrán estar en cualquier parte. Y gente especial con quien me da miedo que las cosas cambien, tras varios meses. A veces se nos olvida que estar lejos es precisamente eso, lejos. Y a veces esa distancia te crea un vacío que puede dar hasta miedo. Y ya sabes que no es fácil integrar todo esto en un día a día.

- No se qué decirte respecto a todo esto. Espero que todo vaya bien.

- Luego el viernes, comienza el fin de semana, compartiendo un sandwich en la sala de informática, un messenger que qué bien que viene algunas veces, y una cena con un viejo pirata, vieja gloria de IFMSA-Spain. Está bien conocer a gente, y más cuando tienen tantas leguas navegadas a las espaldas. Repetiremos otro día, seguro.

- Tienes la suerte de que a lo mejor resulta que no has dejado atrás tantas cosas como crees.

- Quizás. Las distancias también son menos cuando puedes hablar el miércoles con una amiga e imaginarte en el banco del pasillo al lado del aula de estudio, sentado sobre tus piernas cruzadas, como si estuviera allí, y cuando por fin el sábado terminas agotando el crédito de la tarjeta telefónica a las doce de la noche para escuchar una voz que reconforta, deseando ser mago y poder acelerar el tiempo.

- Me encanta escucharte hablando así. Se te ilumina la cara, ¿sabes?

- Bueno, ¿y que hay de ti? Esta semana te he visto dando innumerables paseos por cubierta, con los andares de quien tiene la mirada perdida y el pensamiento en otros mundos…

Continúa en ¿Cómo estás? (2).

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