Desvaríos de un viejo
Por Bastian.
Me siento viejo, y a la vez pequeño. O tal vez es sólo lejanía. Me muevo con lentitud, mientras el mundo cada vez gira más y más rápido, y se me escapa.
Desde la borda contemplo cosas que no entiendo, y cuyo significado no me da tiempo a descifrar. Mi gente, muchos de ellos, navega por mares que yo nunca he pisado y que se quedan grandes para un barco como el mío, acostumbrado a viajes largos, sí, pero de puerto en puerto. El mundo, mi mundo, se transforma para que yo encaje cada vez menos, para que las cosas que precisamente tienen más sentido, cada vez tengan menos importancia. La rutina en que muchas cosas se han convertido, transforma los vientos en calma, y desaprovecho el ímpetu que antes tenía para acercarme al horizonte. Y personas, de esas especiales, de las que más importan, navegan en otras corrientes, con otros rumbos, consiguiendo el ahora tras vender el “antes” con total indiferencia.
Y no lo entiendo. Y no lo saboreo, no lo puedo disfrutar. Siento que hay algo, un capítulo de mi vida, que estoy perdiendo, que se está esfumando, sin que mis huesos sepan reaccionar a tiempo. Los largos trayectos a ninguna parte, las noches de cantina y grog, las aventuras hasta caer rendido, las sonrisas que hacen saltar chispas, y los giros al timón que destrozan el casco y las velas contra golpes de viento y arrecifes, los siento ya lejos.
La madurez del que ha aprendido se me queda cada vez más lejos por un lado, y por el otro se aleja también la inocencia del que todo lo descubre. Y yo me quedo en medio, desvariando en mi silencio, mi cabeza, para encerrarme de nuevo en mi camarote, sin intentar hacerme entender, y seguir navegando en una dirección que ni he elegido, ni comprendo.
Necesito algo, un sueño, una meta, un puñado de arena que no se resbale entre mis dedos, pero no sé lo que es, y no sé como encontrarlo. No existen mapas para todos los tesoros.
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